martes, 22 de junio de 2010

¡¡¡Felicidades papá!!!

Si digo que el día del padre es todos los días, no miento. El mismo argumento se utiliza para pasar por alto el día de la madre, el día de los enamorados, el día de la mujer trabajadora, el día del estudiante… y el del maestro, el día de los abuelos ¡dos veces padres!... Pero no es menos cierto que los seres humanos nos servimos de este estilo de eventos, resaltados con colores en el calendario, para mantener vivo el recuerdo… por lo menos una vez al año.
“¡Felicidades, papá!”. A los papás jóvenes hoy os toca abrir un paquete, tal vez envuelto en papel de seda, con un corazón donde el pequeño de la casa ha escrito lo mejor que ha sabido “Te quiero mucho, papá”. Te ha costado disimular la emoción y tragas saliva. Quizá hayas dicho “me voy al baño” para llorar a gusto sin que nadie te vea. Y el pequeño aporrea la puerta porque le falta el beso. Desaparecido en combate. Dicen que los hombres también lloran, pero menos. A las mamás, en cambio, no nos importa ser el escaparate de nuestras emociones y que se nos escape una lágrima en público.
Es posible que hoy recuerdes aquellas horas que el periodista Joan Barril describe como “esa sensación de mueble incómodo que alguien ha puesto en la sala de partos (…) resignado a que los momentos capitales de nuestra condición de padres tengan que ser vividos en la más absoluta de las soledades”. Cuando nació el “moco” de la casa ya nada fue como antes. Descubriste que, a partir de ahora, la noche tiene fases; que tu mujer ya no es tan tuya y debes compartirla con un biberón cada tres o cuatro horas, con pañales húmedos que hay que cambiar, con llantos imprecisos que estallan previa y que sólo tu mujer sabe descifrar - “le duele la barriga o tiene hambre o no concilia el sueño” -; que se acabaron las cenas románticas e interminables porque el bebé tose y el aparato este que se han inventado delata todo lo que sucede en su dormitorio pintado de azul o rosa o amarillo o verde… ¡se acabaron los estereotipos!; que ya no hay sábado de cine sin programar, ni escapadas aunque sean de dos días. Quizá llegaste a pensar que tres son multitud y no entendías el arrebato de tu mujer que, a pesar de sus ojeras violetas que le llegaban hasta los pies, miraba embobada al bebé. La cuestión es que el instinto materno arraiga enseguida. Porque lleva una ventaja de nueve meses; los que ha llevado al hijo en su vientre. El instinto paterno ha de superar esa ausencia física y sensorial. Se desarrolla más despacio. Dicen los psicólogos que no alcanza su plenitud hasta que el niño cumple 4 o 5 años. No deja de ser un alivio saberlo, pero alguno puede pensar que podrían habérselo explicado con antelación. Se hubiera sentido menos marciano en su propia casa.
El pequeño “intruso” ya camina, ya se cargó varios ceniceros de cristal y aquella figurilla de porcelana que comprasteis en el viaje de novios, ya come solo y ya va a la escuela. Hoy es la primera vez que has leído algo escrito por él, de su puño y letra; un garabato en el que se intuye el mensaje que cambia radicalmente la vida de los seres humanos: “Te quiero mucho…”. Y yo también te quiero; te he querido primero. Antes de que nacieras. Contigo y por ti he descubierto que “la mejor escuela de la ciudad no compensa los mejores momentos de silencio de dos personas que crecen en escalas diferentes”; que “los niños no quieren ser hijos de un director general, sino de un padre que les enseñe el funcionamiento de los hormigueros, el nombre de las estrellas, el control de los músculos, la exactitud de las palabras, la riqueza de la duda, las normas de la tolerancia, las primeras canciones, los límites del poder y el poder de la alegría” (Joan Barril)

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